A pesar de la esperanza de racionalidad, el inconsciente también interviene en la institución psiquiátrica. Pasión arcaica, goce funesto, lo insoportable de la transferencia con el psicótico resulta de que ella pone directamente en evidencia, de forma concreta e indiscutible, la pulsión de muerte. ¿Es acaso la institución terapéutica uno de los avatares del malestar que Freud señaló en la civilización?
La institución procede del retorno de lo mismo. Fundada en una relación de eternidad, especie de máquina melancólica, la sombra de lo que a cada cual le falta también parece cernerse sobre su organización.
«Yo soy aquello de lo que el otro carece»: este sería uno de los escenarios característicos de la fantasía del terapeuta. Aferrado a una función imaginaria, con la falsa esperanza de encontrar una completitud perdida, ofrece sus atenciones como la madre no mancillada por la carencia.
En una comunidad de negación, cada cual teje en ella su historia y todo se repite, ineludiblemente, como en una tragedia. Asumir como proyecto la transformación de la institución implica atravesar el muro inefable de la ignorancia y enfrentarse a las resistencias que tienen muchísimo que ver con las resistencias clásicas del psicoanálisis.
¿Es posible, a pesar de todo, aplicar el psicoanálisis en la institución psiquiátrica? Esta es la cuestión que centra este ensayo.

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