Si contemplamos la sociedad desde una perspectiva basada en la cultura y en las costumbres que se transmiten de generación a generación, se evidencia que cada sociedad desarrolla y pondera, en mayor o menor grado, los valores específicos que la identifican, en nuestro caso: justicia, libertad, responsabilidad, integridad, honestidad, igualdad, tolerancia y respeto a la diversidad, entre otros… Pero el paso del tiempo, las sociedades evolucionan y se transforman y se va configurando la escala de valores que singulariza a cada sociedad. Así, la desaparición de unos valores y la incorporación de otros nuevos aportan un enriquecimiento continuado a la convivencia.
Y una sociedad democrática solo es posible cuando la ciudadanía comparte una escala de valores básicos que permite convivir en paz y avanzar hacia un mundo cada vez más justo. Una realidad que se convierte en más acuciante para los jóvenes, dado que se encuentran en un periodo de aprendizaje y experimentación.
En este contexto, partimos de la firme convicción de que es imposible educar los modos de proceder desvinculados de los conceptos y de que los argumentos sirven para poco –como mínimo en el ámbito de la ética– si no iluminan una acción. Y lo vamos a hacer atendiendo a uno de los parámetros más elementales de la pedagogía moderna: lo más cercano al sujeto es lo que puede despertar en él un mayor interés. Así pues, primero se plantea un problema de actualidad (el problema ético), después se busca en el pasado alguna referencia que nos permita ampliar nuestro ámbito de análisis del conflicto (la memoria histórica); a continuación, se propone un valor (el valor ético) que nos suscite una reflexión para superar el conflicto; finalmente, se sugieren consejos prácticos para contribuir a facilitar el cambio de actitud necesario en nuestra salud (educación de la salud y las emociones).
Y para educar actitudes nada es más efectivo que un buen modelo, como ya practicaron los antiguos griegos. Así, la verdadera educación de valores es tarea de todos: familias, medios de comunicación, empresas, políticos, sindicatos… Mientras no se entienda así, la contribución de la escuela al campo de la educación de valores continuará siendo poco menos que modesta.
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