El debate parlamentario sobre el proyecto de Ley Educativa se ha encontrado, sin pretenderlo, en medio de un momento histórico. La pandemia del COVID-19, los meses de confinamiento y el posterior retorno a las aulas nos están invitando a volver a valorar la escuela en sentidos que nunca antes nos habíamos tomado tan en serio, a pesar de que las investigaciones pedagógicas los vienen evidenciando desde hace décadas. Con el confinamiento desapareció la escuela física, y con ella se mostraron con mucha fuerza su valor social y educativo: necesitamos las escuelas, porque generan nuevos universos posibles, nuevas libertades, y el desafío de las desigualdades que atraviesan nuestras sociedades. El efecto educativo de la pandemia ha mostrado una incidencia desigual, afectando especialmente a las poblaciones más vulnerables, que ya venían sufriendo unas dolorosas cifras de fracaso escolar y abandono educativo temprano.
Estos meses hemos escuchado reiteradamente lo que niños, niñas y jóvenes han extrañado más de las escuelas: las personas que las habitan y los vínculos que se construyen en ellas. Junto a esta evidencia, han ocupado un lugar destacado en nuestras vidas cotidianas las artes y el ejercicio físico, y emergían diversas formas de solidaridad. Estas cuestiones, insuficientemente valoradas por las escuelas, así como la evidencia arrojada por investigaciones internacionales sobre la necesidad de prestar más atención al bienestar del alumnado, nos invitan a redirigir nuestras miradas hacia lo esencial: necesitamos escuelas que satisfagan nuestra naturaleza humana en su curiosidad y necesidad de aprender, a la vez que se favorece la equidad, poniendo especial atención en las poblaciones en desventaja. La pandemia ha evidenciado nuestra interdependencia. Nos necesitamos, y las escuelas son uno de los recursos sociales más preciados para construir con sentido nuestras relaciones, y hacerlo a través de un impulso decidido a la educación inclusiva.
Este texto ofrece algunas propuestas para asfaltar ese compromiso, que emerge de una serie de conversaciones entre estudiantes, familias, profesorado, investigadores/as, equipos directivos y representantes políticos llevadas a cabo durante el confinamiento por la pandemia del COVID-19. El valor de estas conversaciones residió en la escucha. En un momento de debate público sobre la nueva Ley Orgánica de Educación, escuchar las voces de diferentes miembros de la comunidad escolar es un ejercicio necesario para la construcción de un sistema educativo que pretenda atender las necesidades de todas las personas sin excepción. El momento que atravesamos es crítico, pero también nos permite ver con más claridad lo sustancial: nos necesitamos. Y solo una sociedad que haya aprendido a convivir con las diferencias y a valorarlas podrá responsabilizarse de una sociedad que cuida el bienestar de todos sus miembros. La educación inclusiva es el germen de sociedades inclusivas.
Coordinadores: Ignacio Calderón Almendros y Mª Teresa Rascón Gómez
Autoría: Herminia Asencio Postigo, Luz del Valle Mojtar Mendieta, Mariana Alonso Briales, Florencio Cabello Fernández Delgado, José Manuel de Oña Cots, Jesús J. Moreno Parra, Arasy González Milea, Cristina Redondo Castro, Cristina Vega Díaz y Eduardo S. Vila Merino