Resulta evidente que en aquellos terrenos en los que la medicina entra en relación con la sociedad que la rodea, lo normal y lo patológico dejan de ser valoraciones objetivas para convertirse en decisiones sociales, especialmente en disciplinas de tanta trascendencia social como la psiquiatría, la medicina general o la higiene. Esta decisión se la arroga en muchas ocasiones el poder que, utilizando con mejor o peor fortuna ciertas teorías científicas, es capaz de marginar o reducir a grupos de personas consideradas peligrosas. De este modo la historia de las ciencias del comportamiento (psiquiatría, psicología, criminología, etc.) pasa a formar parte también de la historia de los poderes públicos, puesto que dichas disciplinas se incorporan a los programas de defensa social que surgen en el marco del estado liberal.
Asimismo, la higiene y la salud pública han venido estableciendo una serie de medidas individuales y colectivas encaminadas a garantizar la salud de la población, pero también a controlar determinados colectivos. El discurso higienista ha sabido compaginar, a lo largo de los dos últimos siglos, medidas policiales (en el caso de epidemias o enfermedades castastróficas), con discursos de moralización de costumbres o con consejos higiénicos.
Partiendo de una reflexión crítica en torno a la historiografía del “control social” y a su necesario aggiornamento metodológico, la presente monografía pretende ofrecer una reflexión sobre el papel desempeñado por el discurso y las prácticas médicas en una serie de “laboratorios de la norma” (el manicomio, la escuela y el espacio social); esto es, en una serie de lugares en los que, de un modo u otro, se han ensayado o puesto en práctica estrategias diversas con las que “inculcar” y “enseñar” a individuos y colectivos cómo deben comportarse con arreglo a las normas establecidas por la élites hegemónicas.

leer más